lunes, 13 de septiembre de 2010

Luna sin retorno

Luna sin retorno


Eran las siete y algunos minutos, y ahí estaba Hortensia, parada frente a la ventana, observando el ir y venir de los niños, todos los días era lo mismo, apenas sonaba la campana del colegio, y Hortensia corría hacia ese cristal que le permitía ver a los infantes rumbo a clases, unos corrían, otros con calma, y así llegaban las 8, y Hortensia con las mejillas siempre rosadas, regresaba a su cama para dormir un rato mas…



Hija de padres mexicanos, criada como conservadora, huérfana de raíz, lo único que poseía era una casa, la casa de la luna, asi le llamaban todos, pues cada noche de luna, los ventanales la reflejaban como un lucero inmenso, dejando entrever que la luna surgia de esa casa, pero era solo una ilusión óptica.

Oti, así le llamaban todos, tenía unos diecisiete años, era rubia como ella solo podía serlo, sus inmensos ojos verde esmeralda, estaban rodeados de justísimas pestañas que le daban ese toque de inocencia, la delgadísima forma de sus labios era su mayor atractivo, la curvatura semiperfecta de su rostro, enmarcaba su de por si bella sonrisa, cuerpo de mujer, curvas poco notorias, y una actitud somnolienta la mayoría de las veces, algunas mas retraída, espontanea y sentimental.

Dueña de nada, y amiga de nadie, solitaria, desquiciada y con una belleza introvertida, verla en el parque, o al caminar por la acera, era un gran reto, pues casi nunca salía a marcar sus huellas por las calles del pueblo.

Todos los días era lo mismo, despertar para ver por la ventana, dormir para después comer, comer para lavar trastos, juguetear con las flores del balcón, caminar por los pasillos para hacer crujir la madera de la casa, cantarle al cielo, para pedirle por la noche una luna cada vez más bella, y por la tarde, sentarse a ver el atardecer, por la noche, esperar ansiosa la aparición de la luna y contarle mil historias acompañada de coplas y cantos para ella, era todo un rito espiarle mientras se embriagaba con la luna.

Las noches en que no surgía ese inmenso lucero en el cielo, Oti permanecía atónita mirando la nada, mordiendo sus labios, y durmiendo despavorida entre pesadillas y lagrimas que parecieran inmensos mares. No había sentido alguno, otro diferente pero a decir verdad

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