lunes, 24 de enero de 2011

verde olivo

Hay una cosa en nosotros que no tiene nombre, esa cosa, somos nosotros, tal vez el deseó más profundo del ser humano sea poder darse a sí mismo, un día, el nombre que le falta.
Todavía aun al pasar de los años, años que se llevaron mi juventud, recuerdo claramente ese par de piedras, eran idénticas, mismo tamaño, mismo color, misma posición, tan iguales como mis ojos, a no ser que fuese tuerta y yo ni en cuenta.
Mientras caminaba el sonido se volvía unísono, el aire heladísimo, y el aroma de las rosas se impregnaba en mi ropa, la sombra del techado daba justo en mi nuca, mis nudillos fríos, y mis labios semihumedos, a cada paso que daba, un sonido perseguidor se apoderaba de la soledad del camino, y siempre antes de llegar a casa, ahí estaba justo debajo mío, el par de piedras, idénticas como el reflejo de la luna en el mar...
Era la rutina de diario, caminar y disfrutar de ese empedrado que le daba un toque de tradicionalismo al camino que daba a mi casa, habían días buenos, días malos, momentos en que nisiquiera volteaba a ver las piedras, pero creo que poco a poco se fue volviendo una rutina...